jueves, 4 de agosto de 2011

La milicia que crece

Me lo dijo tan fácil como se dicen las verdades cotidianas. Las verdades asumidas. Como tomar aire y exhalarlo. Me lo dijo tan mecánicamente, tan en automático, que no dejó entrever ni la más mínima duda. Así nomás. Con la misma certeza con la que se habla de que el sol saldrá mañana como lo hizo hoy:

“En todos lados hay soldados de las buenas causas”.

Consuela escucharlo.

Justo antes, le pregunté que si era consciente de la importancia de su labor y de la felicidad que devolvía a las familias inconsolables. Y es que Elena fundó una asociación dedicada a la búsqueda de gente desaparecida.

Llegan a ella madres que lo pierden todo cuando pierden a sus hijos. Familias que no encuentran vida cuando no encuentran a un hermano. Padres a los que les falta el aire, cuando les falta una hija. Gente que no se cansa de buscar porque la esperanza, ya sabemos, nunca muere.

Su oficina está escondida en una vecindad, clavada en un callejón de la colonia Portales, al sur de la Ciudad de México. Fotografías de los desaparecidos cuelgan de la pared. El muro está tapizado con imágenes de gente que falta. Su edad. El color de su piel, de su pelo. Un boceto de cómo se verían hoy, años después de su desaparición.

Elena llega veloz y lista para la pelea (¿lo hace en patines?), sin importarle que no ha desayunado. Todos los días se empeña en buscar a los familiares de quienes le piden ayuda.

Algunos de los desaparecidos fueron robados, otros escaparon. Unos más murieron en un viaje pero nadie los reportó. El catálogo de tragedias es infinito. ¿Y el dolor? Yo no lo sé, pero supongo que no hay pena más honda que la incertidumbre. ¿Come o no come? ¿Quién lo tiene? ¿Está esclavizado? ¿explotado? ¿duerme? ¿vive? Cómo saberlo.

Al mes, un promedio de 70 personas llega con Elena a pedir ayuda en la búsqueda de un ser querido. Al mes, 14 desaparecidos son recuperados. 70 contra 14. La estadística no anima, pero Elena les dice a todos: “lo vamos a encontrar”.

La vida, me dice ella, no es igual después de ver un abrazo de reencuentro cuando logra una recuperación. El planeta detenido en un nudo de humanos. Dos personas que no se sueltan porque en ese justo instante reconquistan todo el tiempo perdido. Lágrimas y risas. Un solo abrazo de esos, vale la pena ver.

Eso lo hace Elena. Da consuelo. Tiene contactos con los medios de comunicación y difunde imágenes de los desaparecidos en la tele y los periódicos sin costo para las familias. Y logra recuperaciones.

Pero ella dice que no es para tanto. Que como ella hay muchos otros soldados. Yo digo que ojalá. Y que, si es cierto, hay que buscarlos y hablar de ese ‘ejército del bien’ tan anunciado por Elena. Porque se paran derechos y retan al mundo, demuestran que la indignación y el compromiso sí existen, aún en estos tiempos en que crece el derrotismo y la violencia.

Quien sabe, en una de esas, Elena y otros más nos inspiran… y el ejército crece. Hoy, prefiero creer en la posibilidad. Hay días así.