martes, 27 de agosto de 2013

De nostalgia y cosas peores

La sola idea de emigrar espanta. A quién no. Más cuando el viaje es inminente.

Asusta que el pecho presione y el estómago se encoja. La expectativa abruma y la nostalgia es un puño que aprieta porque no caben más recuerdos.

En una de las pocas entrevistas que le han hecho, el Papa Francisco terminó hablando de los migrantes. Sus padres mismos fueron inmigrantes italianos en Argentina. El entonces Cardenal de Buenos Aires dijo al periodista Serguio Rubin: “todo migrante se enfrenta a la tensión nostálgica”.

La palabra nostalgia – del griego nostos algos – tiene que ver con el ansia de volver al lugar. De esto habla La Odisea. Homero, a través de Ulises, marca el camino de regreso al seno de la tierra, el regreso a casa.

Es una dimensión humana. Todo migrante sufre el desgarro de la patria, el desarraigo del origen, el deseo de vuelta. Pero al mismo tiempo se siente la esperanza, la ilusión, el optimismo ante el futuro. Y además, lejos de romanticismos, también está la necesidad, que no se siente pero se vive. He ahí el motivo real por el cual miles emigran cada día, atrás lo dejan todo a pesar de todo, y hacen futuro en otro sitio.

Tal vez por eso la nostalgia más honda y dolorosa radica en el haber querido, pero no haber podido volver.

La nostalgia del pasado, ese tiempo en el que nada de esto hubiera importado, porque, simple como uno era, no lo hubiera pensado.

Pero hoy: cuántas cosas se sienten antes de partir. Hay días así.