jueves, 3 de noviembre de 2011

La oscuridad a colores

María ve negro desde que era niña. No conoce al sol ni distingue la luz. Tere sólo ve sombras, percibe el movimiento. A Martín se le fue la vista de un momento al otro; vive del recuerdo de aquel mundo a color que conoció algún día.

Y los tres toman fotografías.

Encuadres perfectos, composiciones únicas, retratos sublimes – imágenes que, quién lo diría, son capturadas a ciegas.

¿Cómo le haces?, le pregunto a María. Ella desliza su bastón en la banqueta y responde fácil: “Preguntando. Uso los ojos de los demás que me dicen lo que hay, y yo apunto la cámara hacia eso que imagino”.

El resultado es un amanecer en la playa como pocos, capturado en una foto. El sol rompe el horizonte y atraviesa al mar. Explota la mañana que María no ve, pero que capta en una imagen para que los demás guardemos ese instante congelado por su cámara.

Una y decenas de fotos más. Excepcionales momentos suspendidos que colecciona en su álbum.

Pero – otra duda de este reportero entrometido - ¿Qué sentido tiene tomar una foto que no podrás ver? Tere, la que ve sombras, sólo se ríe. El arte cobra sentido únicamente cuando se comparte con otros. “Me gusta que los demás me digan que qué bonitas están mis fotos”. Decirle lo contrario sería, de verdad, estar mintiendo.

No hace falta ver para crear. Ellos, los fotógrafos ciegos, todo lo imaginan. Y lo suponen tan bonito, que así sale en sus fotos. Parece magia.

¿Cómo será vivir en un mundo todo negro? ¿Cómo en un mundo de texturas y sonidos, nada más? Lo menos que se requiere – supongo – es valor. Se necesita fuerza para pensar en la oscuridad como el territorio en el que cabe todo lo que no hemos alcanzado. Y tomar fotografías.

Vaya coraje. Pintar el negro de colores sólo con la mente. Ignorar las circunstancias. La ceguera no los detiene. Entonces, ¿qué sí los detendrá?

Pienso que nada.

Suerte la de uno conversar con gente como esta. Hay días así.